Yago Lamela aparece muerto en su domicilio
El cuerpo del atleta, que fue plusmarquista europeo durante una década, ha sido encontrado esta tarde | Tenía 36 años y había sufrido problemas psiquiátricos en los últimos años
Yago Lamela ha aparecido esta tarde muerto en su domicilio. El atleta avilesino, apartado de las pistas desde 2009, no habría podido superar una fuerte depresión que entre mayo y junio de 2011 lo llevó a estar ingresado seis días en la planta de Psiquiatría del Hospital San Agustín.
Yago Lamela, formado en la Atlética Avilesina, es parte de la historia de atletismo mundial desde el 7 de marzo de 1999. Aquel día España desayunaba con una asombrosa noticia llegada desde el lejano Japón, desde el Mundial en pista cubierta de Maebashi. Un atleta asturiano, hasta entonces completamente desconocido, había saltado 8 metros y 56 centímetros, una marca impensable para el atletismo español que se convertía en el nuevo récord de Europa de longitud, vigente hasta 2009 cuando un alemán, Bayer, lo batía.
Lamela no se habría recuperado del abrupto fin de su carrera deportiva. Deportivamente, el peor golpe lo recibió en 2004, año olímpico. Fue un golpe bajo, en el tendón de un tobillo, el de la pierna de batida, la que soporta todo el peso, la que le impulsa. Lamela había terminado 2003 con la mejor marca mundial del año, 8,53, a tres centímetros de su récord personal, y con la sensación de que en la gran cita ateniense podía llegar aún más lejos. Además, el destino le brindaba la oportunidad de iniciar la temporada en su casa, en la pista de atletismo de Avilés, entonces recién construida. Unos días antes, anunció que una lesión le impediría saltar ante su público.
Lo que parecía un contratiempo, sin más, se convirtió en una lesión crónica. A trancas y barrancas consiguió competir en Atenas, pero se quedó lejos, muy lejos de sus marcas. No llegó a los ocho metros.
Fue su último salto. Meses después acudió a Finlandia para someterse a un intervención quirúrgica. No dio resultado, y la segunda, tampoco. Lo intentó de todas maneras, hasta con acupuntura, pero ni aún así. Yago no se resistía, no quería tirar la toalla. Regresó con Juanjo Azpeitia, el entrenador ovetense que le llevó a los 8,56 aquel ya lejano mes de febrero de 1999, en los Mundiales de Maebashi (Japón), un salto que además de la medalla de plata, le catapultó a la fama.
Cuando parecía que el tándem Lamela-Azpeita volvía a funcionar, todo se vino abajo. El tendón no aguantó y un día dijo basta. Se retiró. Corría el mes de marzo de 2009.
Yago dirigió entonces su mirada al cielo, hacia la aviación, una de sus pasiones, junto a la informática y la música electrónica. Se inscribió en un curso de piloto de helicópteros en Cuatro Vientos (Madrid), y cuando ya acumulaba un buen número de horas de vuelo, la escuela quebró.
El caso de Lamela no es el único en el deporte. La alta competición suele pasar alta factura. La presión por ser el mejor, por rendir más y no defraudar acaba engendrando fracaso. Y la retirada, cuando el cuerpo empieza a fallar, harto de lesiones y recuperaciones, cansado de tanta tensión y desgaste, puede incluso desembocar en tragedia. ¿Qué sucede? ¿Cómo se puede saltar de la gloria al abismo? ¿Dónde encontrar la red que amortigüe el golpe de nacer otra vez y encima alejado del reconocimiento social? Expertos en psicología deportiva como David Llopis esbozan la clave del problema: «Lo que sucede con un competidor de élite cuando abandona la práctica deportiva es que no recibe la atención que debería».
Yago Lamela ha aparecido esta tarde muerto en su domicilio. El atleta avilesino, apartado de las pistas desde 2009, no habría podido superar una fuerte depresión que entre mayo y junio de 2011 lo llevó a estar ingresado seis días en la planta de Psiquiatría del Hospital San Agustín.
Yago Lamela, formado en la Atlética Avilesina, es parte de la historia de atletismo mundial desde el 7 de marzo de 1999. Aquel día España desayunaba con una asombrosa noticia llegada desde el lejano Japón, desde el Mundial en pista cubierta de Maebashi. Un atleta asturiano, hasta entonces completamente desconocido, había saltado 8 metros y 56 centímetros, una marca impensable para el atletismo español que se convertía en el nuevo récord de Europa de longitud, vigente hasta 2009 cuando un alemán, Bayer, lo batía.
Lamela no se habría recuperado del abrupto fin de su carrera deportiva. Deportivamente, el peor golpe lo recibió en 2004, año olímpico. Fue un golpe bajo, en el tendón de un tobillo, el de la pierna de batida, la que soporta todo el peso, la que le impulsa. Lamela había terminado 2003 con la mejor marca mundial del año, 8,53, a tres centímetros de su récord personal, y con la sensación de que en la gran cita ateniense podía llegar aún más lejos. Además, el destino le brindaba la oportunidad de iniciar la temporada en su casa, en la pista de atletismo de Avilés, entonces recién construida. Unos días antes, anunció que una lesión le impediría saltar ante su público.
Lo que parecía un contratiempo, sin más, se convirtió en una lesión crónica. A trancas y barrancas consiguió competir en Atenas, pero se quedó lejos, muy lejos de sus marcas. No llegó a los ocho metros.
Fue su último salto. Meses después acudió a Finlandia para someterse a un intervención quirúrgica. No dio resultado, y la segunda, tampoco. Lo intentó de todas maneras, hasta con acupuntura, pero ni aún así. Yago no se resistía, no quería tirar la toalla. Regresó con Juanjo Azpeitia, el entrenador ovetense que le llevó a los 8,56 aquel ya lejano mes de febrero de 1999, en los Mundiales de Maebashi (Japón), un salto que además de la medalla de plata, le catapultó a la fama.
Cuando parecía que el tándem Lamela-Azpeita volvía a funcionar, todo se vino abajo. El tendón no aguantó y un día dijo basta. Se retiró. Corría el mes de marzo de 2009.
Yago dirigió entonces su mirada al cielo, hacia la aviación, una de sus pasiones, junto a la informática y la música electrónica. Se inscribió en un curso de piloto de helicópteros en Cuatro Vientos (Madrid), y cuando ya acumulaba un buen número de horas de vuelo, la escuela quebró.
El caso de Lamela no es el único en el deporte. La alta competición suele pasar alta factura. La presión por ser el mejor, por rendir más y no defraudar acaba engendrando fracaso. Y la retirada, cuando el cuerpo empieza a fallar, harto de lesiones y recuperaciones, cansado de tanta tensión y desgaste, puede incluso desembocar en tragedia. ¿Qué sucede? ¿Cómo se puede saltar de la gloria al abismo? ¿Dónde encontrar la red que amortigüe el golpe de nacer otra vez y encima alejado del reconocimiento social? Expertos en psicología deportiva como David Llopis esbozan la clave del problema: «Lo que sucede con un competidor de élite cuando abandona la práctica deportiva es que no recibe la atención que debería».
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